jueves, 20 de octubre de 2016

Pálpito

De repente me di cuenta de que nunca me había parado a escuchar tu corazón, a pesar del significado cercano y humano que tiene para mí; define a alguien que siente, que padece, que provoca algo en los demás. Cada uno suena diferente. Un poco más a la izquierda o a la derecha, más suave, más claro. Igual se aceleró el ritmo por las circunstancias, pero en aquel lugar, que guardaba tantos recuerdos, y que me había encogido el corazón tras prohibirme a mí misma no volver nunca, la distancia se acortó entre nosotros y ya sólo dejábamos pasar el aire por tener de dónde respirar. Creaba recuerdos nuevos en sitios viejos que contenían imágenes difusas y tristes. Todo en mi cabeza, por supuesto. Pero la ciudad no dejaba de estar impregnada de momentos que había ido extendiendo poco a poco, sin imaginarme que más temprano que tarde acabaría por haber huellas de mi vida en cualquier calle. 

Nos encontrábamos en un lugar con magia propia, aunque aparentemente normal o banal, como podrían parecer muchos otros si no los miras desde la perspectiva adecuada. Ya de noche se evitaban las miradas, se miraba al infinito, se hacían infinitos los momentos. Lo recordaría con cariño y cierta melancolía tras un día lluvioso que había intentado arrastrar todas las posibles pequeñas dudas. Las luces aclaraban la realidad, pero preferíamos las sombras. Parar cada veinte pasos, cerrar los ojos para agudizar el resto de sentidos: oír el murmullo del río, sentir una caricia, saborear el momento.

No sabía qué esperar de todo aquello y estaba decidida a no esperar nada pero a disfrutarlo todo. Con miedo, con el mismo miedo que causa casi todo en la vida y con todas las veces que oyes "no es el momento" o "no es esto lo que necesitas" o "no puedo darte más". Probablemente algún día habría que apartarse, olvidar, seguir con la vida como si nada, apreciando las cosas por su existencia efímera y su huella en nuestra mente. Romper con el pasado, escribir un par de poemas sobre ello, llorarlo alguna que otra noche y volver a empezar.

Pero ese no era el día y Madrid lo sabía.