Jamás
sentiré una tierra
tan
mía como la de Soria.
Jamás
olvidaré el color de sus campos
mezclados
con tierra caliza.
Los
tonos verdes del trigo y la cebada
las
encinas alzándose entre los caminos,
el
olor del tomillo que trae el viento
mientras
recoges uvas en la vid.
Jamás
sentiré una tierra
tan
mía como la de Soria.
No
la tierra como lugar,
sino
la tierra que arrastra el viento
que
piso y que forma los caminos.
La
tierra que se queda en las manos
cuando
coges setas sin llevar abrigo.
Jamás
sentiré una tierra
tan
mía como la de Soria
porque
aunque viva en otros lugares
y
aunque mi corazón este dividido
entre
la ciudad y el corazón de la Castilla
que
empieza a caer en el olvido,
las
raíces que son para siempre
toman
su agua del mismo río
del
que se nutren los campos
que
hoy deseo describir en mi mente.
Y
aunque el Duero se seque
y
caminante, no haya camino
y
a veces me despierte
lejos
de su habitual frío
hay
paisajes que no se miran con los ojos
sino
con el corazón de un niño
y
jamás sentiré, ya pueden ser París o Roma
una
tierra tan mía
como
siento la de Soria.