jueves, 10 de diciembre de 2015

Fénix

Espero que estés bien. Espero que hayas encontrado la calma, las respuestas, las salidas. Espero que hayas conseguido dormir y que hayas dejado los cafés a las dos de la mañana. Espero que el olvido aun no haya llamado a tu puerta, que tú no te hayas lanzado al abismo de la desesperación y que la tristeza no tenga intención de quedarse a vivir. Espero, de todo corazón, que pronto ni recuerdes cómo era una despedida. Espero que puedas mirar otros ojos y sentir ilusión, que ni te suenen los lugares en los que nos sentamos, que no recuerdes si me gusta el frío o el calor.

Espero que te sepan igual los cafés, que cuando trasnoches sea sin motivo y que no pierdas ningún bus. Espero que la dársena en la que te dejé parezca siempre perfecta para sentarse, que miércoles no signifique nada para ti. Espero, y sé que con esto me desesperaré, que no olvides nunca la última canción que compartimos y que unos ojos verdes nunca más signifiquen algo para ti.

Espero que no vuelvas a hundirte en un océano, que nunca necesites alcohol para hablar, que 24 horas te parezcan mucho tiempo para pasar con una sola persona. Espero que tu realidad supere a cualquier ficción, sueño o intento de felicidad y que puedas utilizar el mecanismo que provoca en tu cerebro que olvides a alguien con solo desearlo. Espero y esperaré siempre que ese mecanismo tenga opción de retroceso o que al menos el olvido no exija rencor. Espero que nos encontremos, que si lo hacemos sepa si saludarte y que si no te saludo, sepas que estaré deseándolo.


Espero que escuches mis canciones y que, tras haberte quemado en el fuego que sentías, hayas renacido de entre tus cenizas. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Manías

No era dolor, pero me invadía una extraña tristeza. Algo había hecho mella en mi interior sin llegar a romper nada. No había tenido tiempo de romper nada. Había dejado el sabor amargo de acabar con algo que no había empezado. No había tenido tiempo de empezar. ¿Y a quién decirle que te ensombreces por no poder volver a vivir unas horas que te hicieron sonreír? 
Nos conectaron las palabras y la sonrisa de una calidez nunca esperada. Yo siempre pienso que los cafés unen más que lo abrazos. Sentía los lazos porque me tiraban a un mar abierto, templado y calmado, que me mecía con una suave brisa y me hacía sonreír y meditar. Pero llegue a una playa de arena ardiendo al calor de la realidad. No quiero dejar de bañarme en el mar.
Miles de sentimientos, recuerdos cercanos y pensamientos nuevos y extraviados se encuentran en mi cabeza, que confusa y agotada sólo quiere descansar en dos abrazos diferentes, que sólo siéndolo harán ambos que me sienta especial. 
Viviría de las suposiciones y de sentir cosas nuevas de vez en cuando, de replantearme la sinceridad y el dolor, el amor, la vida, los sueños, los sentimientos y el resto de cosas que le dan color a esta existencia aún joven. A veces, no obstante, vivir es vivir en calma y experimentar cosas nuevas desde lo ya conocido.
Era extraño esperar encontrarse un nuevo error en cada lugar al que iba, dudar de algo de lo que es difícil estar completamente seguro y estar completamente seguro de que te iban a volver a hacer dudar. Y qué bonito y qué triste; "dudar de tanto es otra forma de morir". Pero si algo es ilimitado y propio es la mente, y ahí no hay más barreras que los propios pensamientos y sentimientos. A veces los aparto a un lado, me inunda la imaginación. Absorbe mi alma y, por unos segundos, estoy en otro lugar. 
Y es que esa era la palabra para describir todo: extraño. Y, sin embargo, todo era curiosamente conocido. Como si el deseo de liberar y dividir el alma fuera algo que nunca se puede controlar. A veces, en medio de palabras y confesiones, se me paraba el corazón. Y todo el mundo sabe que, por mucho que se quiera que prime la razón, sin corazón no se piensa.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Más allá de las montañas: Capítulo 3

Los años pasaron y fueron olvidándose aquellos horribles días. Se acomodaron a la vida en su pueblo, sabiendo que jamás podrían salir. Para las nuevas generaciones el encierro fue algo normal, e incluso le tenían miedo a lo que podía haber más allá de la barrera. Ya no era una amenaza, era una especie de protección. Por eso cuando Nora y Miguel se encontraron por primera vez en su colina, buscando algo más allá de aquella barrera y huyendo de su tradicional pueblo, supieron que estaban hechos el uno para el otro.

Pronto se instalaron en una pequeña casa, cerca del único río que tenían, y que de forma incomprensible la barrera dejaba pasar. Era el mismo que nacía en las montañas de Nora y llenaba el lago de Miguel. También los animales entraban y salían. Eso representaba ciertas ventajas, pues a veces algún animal que ellos no podían criar cruzaba, era cazado y eso permitía alimentar a muchas familias y generalmente suponía una celebración. Pero también, siempre por descuidos, muchos de sus animales se iban y no volvían, haciéndoles así perder todas las ventajas que el animal traía. Las pieles eran escasas, así como los huevos y la leche. Lo más abundante solía ser el cereal, y ese año había sido su suplicio. La maternidad estaba controlada, y quien tenía hijos sabía que se arriesgaba a no poder darles de comer algunos días y a quizá no tener con que taparles en invierno. Era una vida difícil, pero no conocían otra cosa. No podían conocer otra cosa.

Una tarde, subiendo a la colina como cualquier otro día, Miguel alegó cierto malestar. Era habitual que la gente enfermase y que por supuesto, dados sus escasos recursos, muriese si era algo grave. Pero Miguel pocas veces caía enfermo y ni él ni Nora se alarmaron demasiado. A la mañana siguiente no fue a trabajar. Ni a la siguiente. Ni las diez que le sucedieron. Por primera vez su bello rostro se marchitaba a pesar de los cuidados y ungüentos de toda la familia y de los vecinos. Algo desconocido ocupaba el cuerpo de Miguel y nadie sabía cómo sacárselo. Para la gente del pueblo era algo habitual y se tomaron la enfermedad de Miguel con tristeza pero con resignación. Para Nora sin embargo, cada día que pasaba era una razón menos para seguir en vida, pues él había sido la única cosa que la había salvado de la amargura de aquel encierro en el que nació y se crió. Si él se iba, la tristeza vendría para cobrarse todos los años que había estado ausente.

Finalmente, al decimoquinto día, Miguel falleció a la hora en la que solían empezar a bajar de la colina. Se fue como el último rayo de sol que se iba por el oeste y para Nora no volvería a salir el sol jamás.

Los primeros días fueron amargos y oscuros. Ella no paraba de llorar. Lo más difícil fue ver como se llevaban el cuerpo inerte de Miguel, sabiendo que jamás volvería a verlo. Pronto la tristeza se convirtió en rabia, días en los que Nora solo gritaba y se enfadaba con sus hermanas. Subía casi corriendo a la colina y ahí descargaba su rabia, lloraba y pataleaba. Pero no tardó mucho en evolucionar a resignación, y otra vez a tristeza. Una tristeza amarga y sórdida que ocupaba todos los rincones de la casa.

Las cosas cambiaron el día en que comenzaron los vómitos y los mareos. Al principio se asustaron, quizá ella también había caído enferma. Quizá la tristeza había arraigado tan fuerte en su corazón que se había convertido en su billete al mundo de los muertos. Pero pronto el miedo se convirtió en sorpresa: la vecina, la matrona del pueblo, confirmó que estaba embarazada.

Más de tres meses de embarazo se manifestaron pronto en más síntomas, en malestar, pero también en un cambio en al ambiente de la casa. Cuando Nora asumió que lo que llevaba dentro no era sino lo que le quedaba del amor de su vida, comenzó a pasar los días meditabunda, pero cuidando de sí misma. Estaba más feliz, pero también más cansada, y pasaba gran parte del tiempo con el padre de Miguel, sentados en la casa, en silencio. Todos cuidaban de ella y ella quería cuidar de su bebé. Quería cuidarlo siempre. Y sabía que allí no podía.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Más allá de las montañas: Capítulo 2

A falta de otras emociones, muchos años atrás los vecinos del pequeño pueblo habían decidido recoger sus enseres y partir hacia otras tierras donde empezar de nuevo, más cerca de otras poblaciones. Pero era un camino duro, pues con la idea de cruzar la cordillera para llegar al otro lado a pesar de no saber qué se encontrarían, se determinó que los más débiles debían quedarse para que los demás prosperaran. La mayoría de estos débiles, por supuesto, eran ancianos. Muchos aceptaron el cometido en silencio, mientras que otros dijeron que intentarían cruzar con los demás. Pero para la mayoría era imposible, eran tiempos difíciles e incluso los jóvenes se hallaban débiles. Una pequeña porción se rebeló contra la decisión, pero de poco sirvió. Cansados de aquel lugar, incluso muchos de sus familiares hicieron lo posible por mantenerlos encerrados o convencerlos de que era lo mejor para la comunidad. 

Solo una anciana, que a pesar de su buena apariencia padecía del corazón, permaneció en una esquina del ágora, oyendo las discusiones y viendo aquellos viles abandonos. Sostenía en las rodillas una cesta llena de setas que había estado recogiendo con la idea de partir con la multitud, pero que ahora sólo miraba con tristeza. Al poco rato esa tristeza se convirtió en aceptación, y después en rabia. Cuando no pudo contenerla más se levantó. Para sorpresa de todos se situó en mitad de la reunión, con los puños fuertemente cerrados y con los ojos cerrados y empezó a susurrar unas palabras. Eran completamente inteligibles para los presentes y despertaron murmullos y algunas risas. Pensaban que había perdido la cabeza o que quería llamar la atención. Pero pronto los susurros se convirtieron en palabras en voz alta, y en gritos. Gritos potentes y que parecían provenir del interior de aquella mujer. Un revuelo general invadió la plaza y de pronto la anciana puso fin a su espectáculo. Abrió los ojos. Una carcajada general hizo que mirara a todo el mundo con más rabia aún de la que sentía. Los niños miraban extrañados y los ancianos, con cierta incomprensión.

-¿Qué pretendías, vieja? – Dijo uno de los hombres jóvenes - ¿Invocar al demonio? – Y las risas volvieron a generalizarse.

La anciana recogió su cesta y volvió a paso acelerado a su casa, donde se encerró. Los privilegiados emprendieron la marcha, dejando atrás a todo aquello que parecía pesarles más de lo debido. Pero a cinco kilómetros de la última casa, donde solían llegar con el ganado, pues más para allá solo había oscuro bosque, algo les impidió irse. Lo primero que pensaron es que era un cristal, pero fue imposible romperlo. Tampoco se podía escalar. No se veía. Aquella cosa transparente era más fuerte que sus armas y sus brazos, y rodeaba el pueblo. Así lo supieron porque así lo comprobaron, algo que les llevó el resto del día y que iba enfureciéndoles a medida que se daban cuenta de que sus planes no tenían futuro alguno, pero aún más por saber que aquellas palabras que habían suscitado en ellos incertidumbre y simple humor, habían sido su llave al calabozo, al encierro, a un corral que ellos mismos habían conseguido hacerse por su falta de humanidad.

Llenos de ira y rencor, corrieron a la casa de la anciana bruja, que se encontraba aislada de los demás. Comenzaban a entender por qué en ese momento y acabaron de entenderlo al entrar en su morada, tras un forcejeo y algunos golpes en la puerta a los que nadie respondía. De un lado a otro de la planta baja, desordenados, rotos y llenos de extraños mejunjes, se extendían cientos de botes y cuencos, de cazuelas y papeles viejos con extraños símbolos. Tras superar la primera impresión, subieron a la primera planta: buscaban a la anciana, debía deshacer lo que había hecho, pues les llevaría a la ruina y a la muerte tarde o temprano. Pero la sorpresa fue mayor que la primera al encontrarse un cuerpo inerte y blanquecino, en mitad de la escalera y tirado como un trapo viejo. Tenía la mano derecha en el corazón y un gesto de dolor en la cara que no tardó mucho explicar que había sufrido un infarto por la emoción de los hechos. De poco servía ya reprochar o pedir algo a quien no se hallaba entre los vivos.

Pero su ira era mayor que su pena. Salieron de la casa dispuestos a preguntar a cada anciano, a cada persona que habían dejado allí abandonada. La mayoría estaban donde los habían dejado: en los bancos y aceras del centro del pueblo. Nadie sabía nada. Nadie pudo hacer nada. Los más jóvenes empezaron a creer que todos los ancianos eran como las brujas y los enfrentamientos se daban a cada momento. Nadie supo descifrar los libros y hojas de la bruja y nadie se atrevió a mover su frío y cada vez más putrefacto cuerpo de la escalera. Tras días de desesperación, tirando de las supersticiones y del desconcierto, decidieron que quizá la única forma de acabar con aquella situación era acabar con los ancianos y con la magia. Era más sencillo hacerlo todo junto, por lo que metieron a todos los ancianos en la casa de la bruja y sin ningún remordimiento, prendieron fuego.


Pero eso no acabó con la barrera, sino que la fortaleció. Y así quedaron atrapados, mirándose por el rabillo del ojo y murmurando a las espaldas. 

lunes, 2 de noviembre de 2015

Más allá de las montañas: Capítulo 1

Esta leyenda, sin ningún tipo de moraleja, empieza con la historia de un hombre y una mujer que subían todos los días al acabar la jornada a lo alto de una colina, la cual estaba cubierta de la hierba más verde que jamás había crecido y poseía las vistas más bonitas del pueblo donde vivían, y de mucho más allá. Desde esa colina el pueblo quedaba pequeño, y quizá por eso quedaba precioso, pues se veía el horizonte, un horizonte que a ellos les parecía inmenso y misterioso. Lo que a ella, a nuestra alegre Nora, más le gustaban eran las montañas que se atisbaban al fondo, altas como el mismo cielo, siempre cubiertas de nieve. Si tenían un pico, jamás lo habían visto, pues la niebla siempre cubría la cima y acentuaba ese aspecto misterioso que tanto ansiaban ver cuando subían a su colina. Nora era una mujer que destacaba por su carácter y a la vez por su gran amabilidad, sin olvidar la belleza de su claro cabello y de sus finas facciones. Mientras que a él, nuestro apuesto Miguel, alguien que a su vez era serio pero trabajador y humilde,  lo que más le gustaba era un lejano lago, con forma de cántaro ovalado y dos bahías que formaban la boca de su imaginario cántaro de agua. Se imaginaba en su orilla, disfrutando del leve movimiento que provocaba el agua del río procedente de las montañas que tanto amaba platónicamente su mujer.

Allí veían acabar el día en silencio, agarrados de la mano, sabiendo que era el mayor momento de paz que iban a vivir jamás, pues el resto del tiempo todo era ajetreo y trabajo, todo eran voces y ruidos. Así que cuando la última luz se despedía en el oeste, se levantaban de la hierba y emprendían el descenso hacia su casa, la cual era la viva imagen de aquella falta de armonía que ellos tanto ansiaban. Con las últimas cosechas, las peores en décadas por culpa de las plagas, la pobreza se había agudizado y había llevado al viudo padre de él y a las dos hermanas solteras de ella a instalarse con el matrimonio. El padre ponía el grito en el cielo cuando algo no era como supuestamente debía, mientras que las hermanas requerían atención una y otra vez, al no entender la dinámica de la casa del matrimonio y querer ir a los eventos que la comunidad celebraba, tratasen de lo que tratasen. Tras años de insistencia por buscarse un oficio o un marido, o ambas, por parte de sus padres, las hermanas habían ido aprendiendo a valerse por sí mismas cuando cavaron la tumba de su madre justo al lado de la de su padre y la última rosa de la dependencia cayó para ellas.


Los días amanecían teñidos de paciencia y las noches se cernían del color del agotamiento. Nora y Miguel notaban como su matrimonio discurría entre duros trabajos con los que mantener a sus familias y la frustración de ver como no podían formar una nueva, pues aparte de aquellas montañas y lagos, lo que a la par ansiaban era tener un hijo que heredara el impactante atractivo de él y el implacable carácter de ella. Un hijo que buscara otro destino que aquel al que todos parecían estar atados cuando nacían en ese lugar: la imposibilidad de ir a otro lado. Y esta no era una imposibilidad moral o legal o acaso económica. Era una imposibilidad física. 

lunes, 26 de octubre de 2015

La lucha moral sobre Primark.

Creo que aún sigue habiendo cola en el enorme Primark de cuatro plantas que se abrió en Gran Vía hace casi dos semanas. Aún no he ido, pero tenía todas las ganas de ir. Digo tenía porque, aunque ya lo sospechaba, me he encontrado con esto. Si lo has leído, medita. Compres en Primark o no, probablemente las condiciones laborales de los sitios donde compres ropa (u otros enseres) sean los mismos.Yo no vengo a contaros como son, buscad un poco, hay más como ese artículo de El Confidencial que hablan de Inditex (cuyo propietario, por cierto, sigue considerándose un ejemplo de superación y de emprendimiento), H&M, Levi's, Disney... y muchas otras marcas. El problema es: lo apoyes o no, ¿qué haces? Bueno, yo he buscado páginas que me diera marcas de cosas fabricadas en Europa. Esto antes era algo más o menos honorable, pues aún podíamos decir que teníamos un salario normal, pero es que aún ni con esas estamos evitando que alguien cobre una miseria por trabajar muchas horas. Porque, queridos compañeros, 700 euros al mes es una miseria en un país europeo. 
Sé que voy a volver a Primark. Y a H&M. Me encantan y, aunque quiera, apenas puedo huir. Apenas nada se fabrica ya en un sitio donde las condiciones laborales sean, como mínimo, decentes. Sin contar con que muchas cosas fabricadas en Europa se venden a precios desorbitados con esa misma excusa, y yo formo parte de una de esas familias que cobran nada decentemente. 
Parece mejor ignorarlo y seguir comprándome, como dice el artículo, pantalones a ocho euros, como he hecho todos estos años atrás y como probablemente seguiré haciendo. Parece mejor porque tampoco hay más opciones y ya puedes gritar delante de un Primark o repartir panfletos sobre sus condiciones laborales que va a seguir habiendo cola y probablemente te metas en un lío.
En este punto, y con todo el dolor de mi corazón, puedo decir que aunque a veces parezca que somos muchos los que criticamos este sistema por el cual todos quieren tener más sin importarles que se lo están quitando a otros, ellos siempre serán muchos más y harán colas más largas en las grandes marcas que las que hacemos algunos para ir a votar.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Expectativas

He vuelto. Y aunque a veces la ciudad me agobie y estrese, siento más que nunca las ganas de quedarme. Este sitio me aleja de fantasmas pasados y me rememora momentos felices. También me chilla, me pita, me ladra y me avisa de que el metro se va conmigo o sin mí. Empiezo a sentir aires de hogar: estoy con la familia que se elige. Me desvelo y me desoriento porque adaptarme a los cambios siempre me resultó difícil. Pero me gusta. Aunque sueñe con aventuras quizá no estoy hecha para vivirlas. O quizá cuando las viva se conviertan en pesadillas.
Esto no es una mera sucesión de sentimientos. También es reflexión, ahínco en lo hondo de mi mente, descripción de nuevos olores y ruidos a mi alrededor Recuerdo aquello de mirar el desagüe de la bañera, que se lo traga todo. Mi desagüe está sucio y carece de rejilla, así que se traga más de lo que debería. Supongo que no siempre podré adaptar mis costumbres y creencias allá donde vaya, que a veces tendré que ceder, adaptarme yo, aprender de nuevo. Esa gran sensación de cambiar algo que creías o pensabas por algo mejo. Un leve momento de difícil reflexión, que a pesar de lo que pensabas te digan que tienes pensamientos prejuiciosos y cerrados. Pero te niegas. Me niego. No sé lo que quiero ser pero sé lo que no quiero ser. Así que callo y escucho. 

La madera se friega con vinagre y no por mandar más te van a hacer más caso.

martes, 1 de septiembre de 2015

Y con un final

Cualquier retazo de ti me es válido para estas noches. Cualquier dato inoportuno e inexacto sobre qué cómo, cuándo o por qué. Quizás esto sea más comunicar que aliviarme. Quizá partí en dos los restos de esta historia, quedándome con la esperanza y los recuerdos, tirando los fantasmas y las fobias. A veces imagino sin fronteras; en mi mente no hay vallas de espino ni alambradas, ni barreras. Imagino y no me quedo atrás en creatividad ni en ideas. Recorro todas las opciones de un rencuentro. Tengo todas las papeletas para una telenovela. Y aún así me quejo. Y mientras busco comprensión a noches en las que más que en vela me quedo en la oscuridad de mi mente, avanzo con zapatos hechos con mis propias decisiones, con seguridad y caricias que reconstruyen todo lo derribado. Suenan canciones de tiempos nuevos, pero como dice Irene X "ni llevarán tu letra ni me harán olvidar tu música". ¿Y si ya no soy la protagonista de esas historias? Me salí de un cuento para meterme en otro y ahora soy un personaje que intenta escribir sobre princesas fuera de Camelot. Quizá nunca más vuelva a serlo. Y aunque esta noche cualquier retazo de ti me es válido, quizá mañana no me sirva con saber inexactamente un qué, un cómo, un cuándo o un por qué.

Pero esta noche... esta noche, me conformo.

domingo, 24 de mayo de 2015

Y al final, otro domingo para pensar

Al final te conformas. Pides el café sin leche y le echas todo el azúcar, porque para qué hacerlo como siempre te ha gustado. Al final te conformas con ser castaña clara y no pelirroja porque la vida no te lo ha dado y más te ha dado que te ha dado lo mismo ser una cosa que otra. Te conformas y el pleno domingo de "cambio" pierdes la esperanza de que algo trascendente vaya a pasar, de que la esencia del juego vaya a cambiar. Al final te tumbas, miras al techo, pones malas caras porque no eres capaz de hacer algo que solucione tus problemas de espalda. Y no tienes ni veinte años. Pero ahí estás, conformándote con ser como la media, mediocre, absurda, desinteresada e incapaz. Con escribir de vez en cuando para creer que sirves para algo, intentando ayudar a los demás para sentirte mejor contigo misma y estudiando algo que sabes que no tiene ningún futuro, y si lo tiene, probablemente será donde nunca quisiste acabar. Porque al final nada vale más que una buena tarde leyendo a aquellos a quien admiras o sobre aquello que de lo que te gustaría formar parte. Te conformas con que te cuiden o te entiendan, porque tener ambas parece imposible. Te conformas con engañarte cada día sobre lo que estás haciendo, sobre creerte capaz de vivir con alguien que nos seas tú. Quizá solo sea capaz de vivir con las letras y de dormir con los libros. Te conformas porque no aguantas más dolores de cabeza, ni luchar más, no hay más fuerzas. Y no tienes ni veinte años. 

Pero aquí estás, un domingo por la tarde intentando entender por qué nada te hace sonreír si a falta de todo, tienes lo que hace falta para ser quien quieres ser o para no ser nadie.

lunes, 4 de mayo de 2015

Estimo y deseo literatura para siempre

Y quizá si nosotros nos ponemos de nuestra parte consigamos arrancar las dudas. Y quizá si en vez de cantarle al tiempo le cantamos al ahora y olvidamos las afiladas garras del pasado podamos permanecer cuerdos y juntos. Y enamorados de esta ciudad a pesar de sus pesares y de su horrible tráfico mañanero. A pesar de sus consternados ciudadanos que cruzan sin apenas levantar la mirada cualquier paso de cebra para coger el metro por tercera vez en un día. A pesar de formar parte de ellos. No pedía parar aquella locura, que al fin y al cabo era el precio de la libertad que siempre ansié. De volver a mis raíces, de comprar cada domingo en una librería de segunda mano, de escuchar en cualquier calle central a Pachelbel. 
No estaba cansada de vivir en Madrid, ni de escribir sobre ella, pero a veces necesitaba respirar. A veces me sumergía en eternos sueños, cerraba la persiana y leía cualquier cosa de mi, cada vez mayor, colección de libros, cogidos probablemente para siempre de la estantería de mi casa, comprados en cualquier callejuela firmados por 'vetetúasaberquien' y maltratados involuntariamente de llevarlos en bolsos y mochilas por toda la ciudad. A veces me preguntaban que por qué llevaba libros y yo solo quería responder que si no llevo literatura, qué narices voy a llevar encima. Nunca conseguiré llenar esos enormes bolsos si no es de libros.
Y no pedía parar aquella locura, a pesar de los momentos de debilidad ante el supuesto destino que acechaba; no podía ni quería. Estaba exactamente donde quería estar: en esos abrazos frágiles, en esa ciudad ruidosa, en esa carrera sin futuro.

En esos trenes que me daban excusas para leer más de lo que ya lo hacía.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Las primeras alubias buenas

Hoy he hecho mis primeras alubias blancas en condiciones. Yo sola. Con su zanahoria, su patata, su pimiento verde. Su interminable lista de especias que, ante la teoría de "cuantas más lleve más rico sale", ha sido la tirada con la que he jugado a la tómbola de la cocina. Las he probado. Varias veces. Apenas podía creerme que ese plato, digno de una mesa de familia, me hubiese salido a mí, que por no estropear más paquetes de alubias, he preferido comprármelas hechas durante meses. Esperaba mirar al fondo, introducir la cuchara y, como quien se toma a la fuerza el peor plato que podían ofrecerle en su vida, encontrarme un caldo malamente disuelto con pequeños frutos de la naturaleza de color blanco, a simple vista agradables pero a simple cucharada, duros como piedras.

La patata está bien. La zanahoria está bien. El pimiento está bien. El caldo está rico. Ya puedo tener hijos y alimentarlos como quien quiera que sea dios, o diosa, o el propietario de Google, manda. Qué intrascendente para la humanidad y cómo me han alegrado la noche unas malditas alubias. Bueno, malditas no, cocinadas con paciencia y sobre todo con cariño, como dice mi madre. Con cariño para mí, que he descubierto lo que es vivir sola y debatirse cada mes entre salir (aunque sea a tomarse un bocata de calamares) y llegar con dinero al día 31. Sálvese quien pueda de esta... ¿crisis? Debe de ser otra cosa, porque de la crisis dicen que estamos saliendo. Lo dice la tele, debe ser verdad. 

Bueno... yo miro, con mucho miedo y con una cuchara de esas hondas en la mano y la cuelo, en busca de unas cuantas alubias. Las suficientes como para comérmelas aunque estén malas. Las pruebo. Blanditas y con un regustillo riquísimo a... eso que echa mi madre y que pensaba que no tendría en mi casa jamás... Lo que sea. Cojo otra. Pruebo pero pienso que eso es para cenar esta noche. Y mañana, probablemente. Bendito ahorro: como he aprendido de ti en solo unos meses.
Me repongo del susto: un té con galletas, que eso no hay que cocinarlo.

La semana que viene probaré a hacerme un gazpacho, que con un poco de suerte me sale andaluz.

viernes, 27 de febrero de 2015

Febrero sabe a bermejo

Espalda con espalda.
Llamas, alboroto.
Veinticuatro horas
para agitar Madrid
para agitarnos a nosotros.
Gritos, consignas.
Luces de rebeldía.
Cargan mis manos tu peso,
carga la policía.
Carreras, caricias,
¿por qué no fundir
amor y política?
Sufre la poesía.
Se deshace la fuerza,
el pueblo se enfrenta,
los que mandan ríen,
los colores se desintegran.
El rojo desaparece,
la vergüenza acecha.
Miedo en la frente,
tus manos en mis caderas.
Espalda con espalda,
el puño abajo.
Veinticuatro horas
para resignarnos. 
Palabras malsonantes,
una línea que enfrenta
a un pilar con otro
de esta pesada mesa.
Errores, facetas.
¿Quién tiene razón?
¿Quién no ha de tenerla?
Nos encaran, sí,
pero a la hora de huir,
es la porra el monstruo
de todos los indignados.
Malditos poetas.
Siempre haciendo
que una revolución
parezca una noche.
Eso sí, una noche en vela.
Espalda con espalda.
Amor, soy lo que era:
una loca con agallas,
una manifestación deshecha.