miércoles, 22 de octubre de 2014

Debilidad y noches en vela

Descuida, hacerme daño a veces es tan sencillo como respirar. No eres tú, soy yo, que nací vulnerable y con una irreflenable necesidad de que me abrazaran. Que a veces soy acero y a veces pluma, soplan a mi frágil existencia y vuelo sin rumbo, me caigo, me pisan, me rompen. 

Descuida, aún no eres un error, un mal trago, ni si quiera eres pasado. Aún eres y no 'has sido'. Y yo soy. No sé qué soy, pero soy. Porque pienso. En ti, casi todo el tiempo. En mí, el resto de él. En parar esta tormenta absurda que quiere llevárselo todo, en parar tu desastre interior, tu desesperanza, tu inseguridad, tu cobardía, tus miedos. Tu miedo a ser feliz. 

Y tranquilo, tranquilos todos, aunque no lleve paragüas no me molesta la lluvia. Y cuando llevo la disfruto. La huelo, la oigo, me dejo empapar a veces. Hasta cuando llueve en casa, en la habitación, en mi cama. Dejo que suelte su potencial; después siempre amaina. 

Sé que amaina. 

viernes, 10 de octubre de 2014

10/10/14 0:34 Madrid

Avisto sin mucha dificultad desde donde me hallo sentada esas cuatro torres que parece que caracterizan esta ciudad abarrotada de gente, que me ha absorbido la energía y las ganas en las últimas semanas, que me ha puesto la rutina y la vida patas arriba, que me han separado de cosas que quiero y me han acercado, sin embargo, a mí misma; que me he encontrado expuesta a la responsabilidad, a la falta de tiempo, al sueño, a las relaciones sociales infortuítas y un poco e inevitablemente, a la soledad.
Esta ciudad donde cada quinientos metros hay alguien pidiendo dinero, donde "la vida es un metro a punto de partir", donde dos cafés no son suficientes, donde la música suena constantemente en el subsuelo; donde comparto inquietudes con cientos de personas más. Donde soy un número, una cifra, un rostro más que se cruza con otros tantos por la calle. Aquí donde puedes cantar en el transporte público, llorar sin que te pregunten y reirte aunque te miren mal. 
Hacía más calor del que en octubre acostumbra hasta que una lluvia intensa, que pilló a media ciudad en manga corta y sin paragüas, deshizo el sol entre las nubes y ahora solo hay esa capa que permanecerá casi todo el invierno, protectora de la boina de humo y contaminación que sí que caracteriza Madrid. Sol se llenará de paragüas y gente congelada, olerá a castañas en la Plaza Mayor, buscaremos refugios en cafeterías un domingo por la mañana en el Rastro y si la facultad tiene calefacción parecerá una bendición.
Huiré un fin de semana, en esos odiosos buses con anuncios a todo volumen, de esta locura que me vió nacer y me verá formarme y volveré, a ver desde mi ventana nada más que un descampado en el que pastan ovejas y un castillo en el que sopló el aire azotando mi cara un día de septiembre en el que la vida nos dió otra oportunidad.