viernes, 18 de julio de 2014

Stand by

Camino nada lentamente hacia donde me lleven mis pies. Pienso en un sitio en el que refugiarme de todo, que conozco, pero veo otro camino. No sé a donde lleva, pero me gusta. Sopla fuertemente el viento y hace eco en mis oídos. Con las manos en los bolsillos avanzo hasta que veo un potrillo mamando de su madre. Hacen una imagen preciosa que me obliga sonreír. La naturaleza es maravillosa. En ella me interno y continúo por mi camino, lleno de malas hierbas y barro. Me mancho las zapatillas y me da igual, mientras eso me lleve a alejarme un poco de todo. Sale el sol entre tanta nube. Los psicólogos lo saben y yo también: el buen tiempo te alegra. Pero a mi me gusta que llueva. Por nada en especial. O por todo. O porque me gustan los paraguas.

Avanzo, a veces rápido y a veces más despacio. Llego a correr y miro al cielo. Hay árboles por todas partes, campos abiertos, verdes y deslumbrantes. Sopla el viento y mueve los campos sembrados, las ramas de los árboles, las hojas, mi pelo. Todo en un mismo son, el del viento, provocando una extraña música, llevándose los mismos sueños. 

Cae mi pie en un charco. No se moja mucho, se mancha de barro. Yo canto mirando allá donde me apetece, sonrío, dejo de pensar por unos minutos en todo lo que me rodea, en cómo he pasado las últimas horas, en la presión de vivir sin vivir y la presión de vivir viviendo. 

¿Y si supiéramos cuándo vamos a morir? ¿Viviríamos más felices? ¿Haríamos todas las cosas que aún no estamos haciendo porque pensamos que "ya habrá tiempo"? 

Silencio. Absoluto silencio y una mano redentora y cálida que me arrulla. Me siento más tranquila y ya no quiero huir. Quiero quedarme ahí, arropada. 

Vuelvo andando rápido, dejo mi camino atrás. Era el mismo sitio pero era diferente. Era lejanía, soledad, pensamiento.

Una tregua en medio de un desastre interior.