lunes, 31 de marzo de 2014

Preprimavera.

He cultivado poesía en tus labios,
que a veces también son los míos.
Y he comprendido que
las primaveras adelantadas
solo son fruto de tus versos.
He perdido el tiempo en ti,
que a veces somos nosotros
Y prefiero llamarlo gastar
en regar campos de secano
malditos de inviernos rotos.
He crecido en tu mente abierta,
que a veces es el escenario de mis sueños.
Y he querido pasarte de mi
flores lilas puntiagudas
que evitan heridas del corazón.
He descansado en tus brazos,
que a veces no distingo de los míos.
Y no he deseado más motivos
que querer mantener
tu primavera en mi jardín.

Exilio

Nada ocurre nunca como esperas. Una especie de hilo invisible tiene atadas por los tobillos (y por el corazón) a todas las personas. Quizá la única forma de evitar esto sea una casa en la montaña, ajena a todo, provista de todo. De exquisitos e interminables manjares, de preciosos y eternos libros y pájaros cantores en la ventana. Acorde con cualquier personalidad solitaria y agotada por el mundo. Serías tú y tu vida. 

Solo tú podrías intervenir en tus actos, en tus pensamientos, casi hasta la locura (o la cordura, nunca se sabría bien). Casi perdiendo la facultad de hablar, de comunicar, de sentir hacia otras personas. ¿Sentir qué? Cualquier cosa. Odio, amor, deseo, rechazo, indiferencia. ¿Y qué sentirías tu hacia ti mismo? Mirarte a un espejo cada día y ver como pasan los años. Como la vida te consume sin que le regales tus momentos, tu tiempo a alguien. Vivir de recuerdos, de sueños, de la imaginación. La realidad se volvería lejana, ajena, desconocida. Como un amor de la adolescencia que decidió olvidar. ¿Y amor? ¿Te olvidarás de amar? ¿Te olvidarás de aquel sentimiento irrefrenable, indescriptible, que confunde, altera, cambia a las almas más dolidas e introvertidas?

Si, estarías solo, protegido de la vanidad, del odio, del rencor, de los desdenes, los llantos, los fracasos. Pero la intimidad deja de ser intimidad cuando se convierte en costumbre, cuando nadie puede romperla. Y se convierte en soledad, una soledad revuelta con tu cuerpo en una mezcolanza homogénea e inseparable. 

Sería la libertad de nada.

martes, 25 de marzo de 2014

Martes y veinticinco.

Un error. Algo que por casualidad y sin realmente saberlo te estrella las ilusiones en la cara. ves como se desmoronan tus sueños. Algo de lo que puede que en unos años apenas te acuerdes. Algo que seguramente desde fuera carecerá de importancia. Pero todas las ideas que tenías en tu cabeza se quedarán ahí, guardadas. En ella hasta que cojas fuerzas para retomar una idea que resultó ser horas y horas de trabajo fracasado. 
Una esperanza atisba. Parece que exagero. Pero para mi supone una oportunidad perdida. Algo que, además, se me restregará durante algunas semanas. Me desilusiono y desespero, me debato entre el esfuerzo último y el abandono. 
La rabia me recorre absurda e inútilmente. Al fin y al cabo, con lamentarme no gano nunca nada. Así que se me pasan por la cabeza ideas desesperadas con las que rematar esto sin un mal sabor de boca. Con las que tirar hacia delante y respirar aliviada. 
Rebusqué en mi memoria, en mi imaginación. No podía jugarme una mala pasada. Ahora no.