lunes, 21 de octubre de 2013

Crecer.

¿No te sientes un niño aún? Entras en un ascensor de desconocidos y todo el mundo mira hacia abajo. Menos los niños; ellos alzan la vista y observan a su alrededor. Nadie les dirá nada, son niños. Comiéndoselo todo a su paso con la mirada, sacando conclusiones descabelladas y fantasiosas de la vida que van desapareciendo con la edad. ¿Y por qué? Yo no quiero que desaparezcan. Quiero seguir observándolo todo, quedándome no solo con lo importante, si no también con los detalles. Detalles de momentos que solo vivirás una vez. Poder describir cada cosa que veo y vi, que sentí, que pensé, que oí. 
Perfectos idiotas los que dejaron que el tiempo pasara también en sus mentes. Los que entraron aquel ascensor, bajaron la mirada, y no encontraron más que sus pies y su vida. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Y no hacer las cosas sin ningún motivo.

Te apetece desahogarte porque, por mucho que lo intentas, nunca parece suficiente. Nunca es suficiente que tengas que dedicarle el mismo tiempo a los demás que a ti mismo. Nunca es suficiente intentar estar ahí donde te reclaman, cuando te reclaman, como te reclaman. Quieren más. Y a ti no te importa. No te importa quitarte tiempo o energía y dárselo a otro. Para eso es el tiempo al fin y al cabo, para gastarlo. Para usarlo una sola vez y nunca más. Y usarlo bien, a ser posible.
Pero te cansas de hacer las cosas por hacerlas, por complacer a los demás, porque crees que así recibirás algo. Y a veces ni tiempo, ni afecto, ni valoración, ni todas esas cosas que le llenan a uno la vida. Piensas en si estás perdiendo el tiempo, lo dejas todo tirado, escupes a lo hecho, aunque no se pueda ni tocar. Intentas darte razones para hacer algo que será criticado, rechazado o ni si quiera tenido en cuenta. 
Pero coges el lápiz, el corazón y el tiempo una vez más, te agarras fuerte a la vida y piensas que quizá deberías aprender a no hacer las cosas sin ningún motivo.