jueves, 26 de septiembre de 2013

Inciso.

En lo más oscuro de mis secretos, berreo como una niña enfadada y rabiosa. Una rabieta sin fundamento y con inútiles ganas de amainar. Corre la vida y, como siempre, no espera. No me da tiempo a pensar en todo lo que hago mal, en todos los perjuicios que me hacen peor persona, que me asustan y me encierran en mí y en mi conciencia, que mortifica y aparece siempre en un intento de hacerme mejorar. A veces prefiero quedarme ahí y el tiempo pasa entre notas y pensamientos que calman esos estúpidos días de soledad y silencio en que todo me enfada, me disgusta, en que nadie me escucha y todo sale mal. 
No debería pensar esto, o aquello. Debería ser tal, o cual. Y cuando debería y no lo soy, no lo estoy, o no lo hago, prefiero quedarme quieta y esperar a que mi conciencia calme, a que mi madurez aparezca, a que los días me enseñen, a que el tiempo me moldee. Y cuando suelto las riendas y soy lo que no me gustaría ser otra vez, o las cosas son como nunca quise que fuesen, me miro. Por dentro, por fuera. Lo peor de mi quiere salir, me desgarro un poquito y, en un intento de coger el ritmo que lleva la vida, acaban días como este.

Nunca es demasiado tarde para mejorar. Y nunca es demasiado tarde para calmar a esa niña enfadada.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Nueve.

Quería escribir algo en agosto. Antes de que, aparte del frío, uno de los indicios de que esto se acaba llegase. Pero septiembre saluda y ya no hay vuelta atrás.
Un torrente de imagenes cruzan mi cabeza e intento mirar el lado bueno de las cosas, como siempre. Pienso en todo lo que me queda por hacer este mes, y el que viene, y dentro de un año. Creo que la gracia de la juventud es que las cosas cambian mucho en muy poco tiempo.
Quizá si los adultos viviesen de la misma manera se golpearían igual que nosotros, a pesar de la experiencia. No se porque nos empeñamos en que las cosas perduren cuanto más mayores somos, ¿será la madurez o el miedo a arriesgar? Las cosas que valen la pena nunca fueron fáciles.
Contra todo pronóstico, el Sol brilla y el calor azota mi ventana y me llama, pero yo no me quiero levantar. No porque quiera que siempre sea verano, sino porque el invierno nunca cura las heridas.
Aunque (llamadme loca) echo de menos el edredón y los gorros de invierno.