jueves, 2 de mayo de 2013

Las cosas decisivas siempre se piensan los domingos.

Seamos cobardes. Seamos eso que nunca quisimos ser, dependientes de algo, dependientes de alguien. Esa dependencia horrible que te da la vida a la vez que te la quita. Que es capaz de llevarse todo y más en un momento, en un suspiro, en un adiós donde hay cientos de palabras que no se pueden decir, que no se deben decir.
Seamos esa rebeldía que perderemos cuando las locuras sean locuras de verdad, y no simples actos impulsivos e imprudentes. Seamos imprudentes. Lancémonos a ese horrible mar al que le tenemos miedo. En el que o ahogamos las penas, o nos ahogamos. 
Seamos la rabia que desprende la impotencia de no poder controlar lo que pasa, de no poder controlarse a uno mismo, de no poder entender al mundo. Rabia que solo sale cuando estás en soledad y te ataca hasta que no piensas en nada, hasta que no tienes nada en que pensar, hasta que solo te puedes dejar llevar por el tiempo y la vida. 
Seamos las palabras, los reproches, los 'no entiendo por qué'. Los abrazos, las dudas, las ganas, las risas, los 'y si', la necesidad, la comprensión, el apoyo, la inercia que nos lleva sin posibilidad de control. Seamos los silencios breves y los largos, los necesarios, seamos el silencio que dejamos de por medio. Los sueños, los recuerdos, un indeseado olvido. Las verdades, las noches en vela, la falta de valentía y las miradas de adiós. 

Esa felicidad que parece inalcanzable.